EL ESCULTOR INDÍGENA DE PARAGUAY QUE LLEVÓ SU ARTE HASTA UN PUEBLO ANDALUZ








Modesto Martínez tiene 54 años. A los 40 dejó la caza y la pesca para dedicarse a fondo a representar la naturaleza del Gran Chaco en esculturas de madera. En sus esculturas talladas con un cuchillo cualquiera, Modesto Martínez representa en movimiento a los jaguares, las garzas y los caimanes del inmenso Chaco, el segundo bosque más extenso de América del Sur, después de la Amazonía, donde osos hormigueros conviven con buitres enormes, lagartos y algarrobos y lapachos de más de 500 años de antigüedad.

Cae la noche sobre el techo de zinc y las paredes de troncos de palma de una vivienda en Puerto Diana, una comunidad del pueblo indígena yshyr de Paraguay, sin agua potable y casi sin energía eléctrica, pegada a la frontera con Brasil. Martínez y su hijo, de 18 años, acaban de regresar de cazar durante tres días casi sin descanso en pleno bosque. Cuando estaban a punto de volver a casa con las manos vacías, cansados de subir y bajar remando el río que da nombre al país, se toparon con una manada de cerdos salvajes de pelajes negros y gruesos, con colmillos blancos y brillantes en sus fauces. Algunos huyeron al verles, pero otros rugían y se enfrentaban a los cazadores preparando una embestida. Armados solo con palos, los dos hombres golpearon en la cabeza a tres de los animales hasta matarlos. Acababan de garantizarse una semana de comida para la familia, el matrimonio y sus ocho hijos. Solo les faltaba remar cinco horas de vuelta a su comunidad. Así lo relata Martínez mientras corta sobre la mesa de su cocina los cuartos traseros de uno de los animales.

Dice Martínez que el jaguarete (jaguar, perro-auténtico en lengua guaraní, frente a jagua, que es como le dicen a los perros traídos por los colonizadores españoles) nunca ataca a sus víctimas cuando están durmiendo. Venados, cerdos, tapires y carpinchos son alertados por los rugidos del propio rey de las selvas sudamericanas antes del ataque.

— Los despierta y los hace correr y saltar. Lo hace por diversión.

Así lo explica el escultor yshyr mientras da forma a uno de estos felinos como si estuviera reposando sobre una rama. Es su animal favorito. Le tiene tanto aprecio, como miedo y respeto. Cada vez que trabaja las garras y colmillos de un nuevo jaguarete se acuerda de la vez que se encontró con uno frente a frente. Pensó que iba a morir. Era 1990 y Martínez estaba buscando lagartos gigantes y caimanes entre los matorrales cuando sus ojos se encontraron con los del felino gigante. Vio su boca, su lengua… Y huyó como pudo. Y aquí está hoy para contarlo en esculturas de madera.

Martínez nació en 1966 y se dedicó siempre a la caza y la pesca, actividades cada vez menos rentables y que se fueron haciendo más peligrosas para los nativos del Chaco por los guardabosques brasileños que les quitan de las manos lo cazado, los madereros ilegales y los narcotraficantes y contrabandistas que pululan por la zona. Martínez fue cazador, pescador, albañil, líder de su comunidad, Karcha Valhu, habla yshyr (su lengua materna), guaraní, portugués y español, pero su sueño siempre fue dedicarse a la artesanía. Así que un día decidió dejarlo todo y sentarse a tallar. Eligió la madera del sará, que crece cerca del río y es de las más moldeables, y comenzó a trasladar a sus obras las escenas vistas durante casi cuatro décadas en la naturaleza.

Pero mientras más se dedicaba a su oficio elegido, más avanzaban los incendios que los grandes terratenientes provocan en este país que fue el más deforestado de América del Sur desde 1990 hasta 2015, según la FAO, y que ahora sigue en segunda posición, según el sistema satelital Global Forest Watch (GFW). Los ganaderos queman árboles que estaban ahí hace más de 500 años para extender la pastura que necesita el ganado que producen a mansalva y luego exportan a Rusia, Chile o Israel, eliminando para siempre la hiperdiversa flora y fauna de esta eco-región considerada reserva de la biosfera por la Unesco y compartida entre Paraguay, Argentina, Bolivia y Brasil.

El fuego complica más aún la vida del pueblo yshyr, ya de por sí dura en este lugar aislado del mundo por la ausencia total de asfalto e infraestructuras estatales, que vive entre sequías e inundaciones continuas. Un lugar a la vera del río donde, paradójicamente, el agua potable escasea, las frutas y verduras son algo exótico y caro, la electricidad se corta cada día y la señal de teléfono va y viene cuando quiere. Solo es posible llegar hasta aquí en una avioneta militar, impagable para la población nativa, en tres días de viaje en barco o en un autobús que puede demorarse hasta 20 horas en llegar desde Asunción, la capital paraguaya, situada a unos 800 kilómetros al sur, por caminos de tierra polvorienta o barro espeso, dependiendo de la época.

Modesto Martínez nació en 1966 y se dedicó siempre a la caza y la pesca, actividades cada vez menos rentables y que se fueron haciendo más peligrosas para los nativos del Chaco

Los yshyr son uno de los 19 pueblos indígenas que habitan en Paraguay, y como todos buscan preservar sus tierras y retornar a sus actividades habituales: la pesca, la caza, la recolección de miel y la artesanía. Pero ya nada es igual. Hay menos peces porque el agua está cada vez más contaminada, hay muchos menos animales salvajes, casi no quedan abejas y escasean las palmas karandays y los arbustos karaguata que las artistas de este pueblo milenario han usado siempre para sus obras. Arte que junto a la pesca de surubí y pacú es el principal sustento económico de sus comunidades donde no hay trabajo para casi nadie.

Una oportunidad única llegó hasta Martínez fruto de su talento y de una pequeña fama que alcanzó hasta la capital paraguaya. Una pareja española navegó hasta Karcha Valhu preguntando por él. Era 2003 y no había radio, ni teléfono, ni Internet en la zona. Aparecieron de la nada en una lancha y le dijeron.

— Prepárate porque tenemos un viaje a España, a un pueblo donde quieren verte y ayudarte.

Martínez consultó con la comunidad, envolvió algunas de sus obras y no dudó. Viajó ocho días en barco hasta Asunción, voló a Buenos Aires, después a Madrid y llegó por tierra hasta la provincia de Málaga, a un pueblo de 1.000 habitantes y casitas blancas incrustadas entre las montañas. “Fue difícil cruzar el mar, nadie sabe si vas a volver, nadie me conocía fuera de mi comunidad”, recuerda Martínez. Viajó de un país mediterráneo, porque no tiene mar, al país europeo cercado por el mar Mediterráneo. De un país ultraconservador a un pueblo gobernado durante décadas por la izquierda y donde nunca ha habido un concejal de derechas.

Quién le iba a decir que la ciudad a la que había sido invitado por el mismo alcalde quería hermanarse con su comunidad y ayudarla de alguna manera. Que tendría calles con nombres como Avenida Che Guevara o un alcalde devoto de la revolución zapatista. O que había realizado un referéndum en contra del neoliberalismo, aprobado mayoritariamente por la población, y declarado su apoyo a la república en un país monárquico. Así era El Borge, la coqueta localidad española dedicada por centurias al cultivo de la uva, donde Martínez aterrizó y donde probó comidas exóticas como el jamón ibérico o las aceitunas, mientras explicaba a sus anfitriones su dieta cotidiana a base de carne de caimán.

Martínez pasó un mes en Málaga. Los vecinos y el alcalde de El Borge le dieron una gruesa rama de un olivo para que trabajase en una obra que legaría al pueblo. Cada día se sentaba bajo los árboles de la plaza central y trabajaba en su escultura. José Antonio Ponce, alcalde de este municipio gobernado por Izquierda Unida durante cuatro legislaturas, desde 1995 hasta 2011, lo recuerda así.

— Lo que hizo fue impresionante. Empezó con un cuchillo simple y después le prestamos herramientas porque esta madera es mucho más dura que las de su tierra.

Ponce promovió el hermanamiento de su pueblo con ciudades en México, Venezuela, Cuba y Paraguay; inauguró intercambios de verano para niños y niñas saharauis y de Europa del Este y, hasta hoy, Martínez se deshace en halagos hacia los habitantes de El Borge por tratarle como a uno más.

Martínez les habló de los jaguares y su vida en la naturaleza, les contó los mitos que su pueblo mantiene vivos de boca en boca hace decenas de generaciones, también del racismo y el rechazo que sufre en Paraguay por ser indígena, de la deforestación ilegal que acecha a su territorio y de los ganaderos y misioneros evangelistas que tratan de engañarlos y quitarles sus tierras y costumbres. Han pasado 17 años y lo único que ha cambiado en el Chaco es que hay mucho menos bosque y casi no quedan jaguares.

“Se hizo conocido en el pueblo y la gente lo quería mucho. Era muy noble y todavía se le recuerda”, resume Ponce, quien hoy sigue conectado por WhatsApp con Martínez, preparando una nueva colaboración que ayude a la comunidad yshyr. Modesto Martínez dejó su huella en El Borge y también una estatua de casi un metro de altura tallada en madera de olivo que representa a un nativo americano y a un europeo del mismo tamaño pegados espalda con espalda. Y que, desde entonces, preside la entrada del Ayuntamiento.

Modesto Martínez enfermó durante la pandemia de la covid-19 y debió viajar a Asunción con toda su familia. Estaban varados sin poder regresar debido al alto costo del viaje y sin apoyo gubernamental hasta que el exalcalde de El Borge se enteró. Se pusieron en contacto por WhatsApp y Martínez le envió un vídeo saludando a sus amigos del pueblito andaluz y pidiendo un poco de ayuda para poder regresar a su casa con su familia. En solo una semana, colocando una cajita con forma de hucha en la biblioteca pública del pueblo, los menos de 1.000 habitantes de El Borge recaudaron 632 euros para enviar a la familia paraguaya. Parece que el viaje de Martínez a España en 2003 resultó en una excelente misión diplomática y cultural que ahora le vuelve en forma de solidaridad.//EL PAÍS






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