Nació en Encarnación, el 9 de agosto de 1990, en medio de una humilde vivienda donde la pobreza no opacaba el amor que lo esperaba. Hijo de don Hernán Miguel Miño Giret y doña Herminia Valdez Arzamendia, Alder fue el segundo de cuatro hermanos: Hernán Diosnel, Héctor Miguel y Thalía Aracely. Su madre aún recuerda con asombro aquel parto sin dolor, asistido por una partera del barrio, y dice que fue como recibir al mismo Niño Jesús entre trapos sencillos, pero con una luz inmensa en el alma.
Desde sus primeros años, Alder se mostró diferente. Era cariñoso, atento, con una sensibilidad que llamaba la atención de quienes lo rodeaban. Su amor por Dios y por los demás parecía innato, como si hubiera nacido para servir.
Cursó los primeros grados en la Escuela Mitâ Tenonderâ de su barrio. Allí, una anécdota quedó grabada en la memoria de su maestra, la profesora Herenia Florentín. Un día llamó a su madre para hablar sobre él. Doña Herminia, con temor de que algo malo hubiera ocurrido, llegó preocupada. Pero lo que escuchó la dejó sin palabras:
—“Señora, felicíte a su hijo. Mientras los demás niños juegan, él comparte su dinero para que sus compañeros puedan pagar fotocopias. Y cuando falta el profesor de educación física, él mismo organiza la clase para que no se pierda la materia. Usted tiene un ángel en casa”.
Aquellas palabras no eran exageradas. Alder siempre estaba pendiente del necesitado. El amor al prójimo le brotaba de manera natural: regalaba juguetes a niños pobres, lloraba desconsolado si por accidente hería a un animal y se oponía con firmeza a todo aquello que pudiera significar injusticia o peligro para los demás.
Su fe también fue un pilar en su vida. Participó activamente en la Infancia Misionera de la Capilla Perpetuo Socorro, en Encarnación. Allí sorprendía a sus compañeros con reflexiones que parecían demasiado sabias para un niño de su edad. Soñaba con ser sacerdote y futbolista al mismo tiempo: “Quiero ser el primer sacerdote futbolista del mundo”, repetía con esa inocencia tan seria que hacía reír y reflexionar a la vez.
El 5 de diciembre del año 2000, la historia de Alder quedó marcada para siempre en la memoria de Encarnación. Ese día, junto con otros compañeros, se preparaba para asistir a un congreso nacional de la Infancia Misionera en Asunción. Habían salido a comprar ingredientes para hacer pizzas, cuya venta les permitiría costear el viaje. Camino a la casa de su animadora, el calor de la siesta los llevó a refrescarse en las aguas del Paraná.
En medio de la inocente diversión, su hermano menor Héctor comenzó a ahogarse. El río, traicionero y caudaloso, lo arrastraba con fuerza. Fue entonces cuando Alder, sin pensarlo dos veces, se lanzó a salvarlo. Con ayuda de un vecino lograron rescatar a Héctor con vida.
Su madre llegó desesperada al lugar, rogando a Dios que al menos pudieran encontrar su cuerpo. Cuarenta minutos después, entre las aguas, emergió el cuerpo del niño héroe. Intentaron reanimarlo, pero ya era tarde. Había partido, fiel a sus principios, dando su vida por otro.
El esfuerzo heroico cobró el precio más alto: Alder desapareció bajo las aguas y, minutos después, su cuerpo fue hallado sin vida.
Tenía apenas diez años. Murió como había vivido: entregándose por amor, sin pensar en sí mismo, siendo fiel a su esencia de niño protector.
Su partida sacudió a la comunidad. La Municipalidad de Encarnación, reconociendo su valentía, le dio su nombre a una calle del barrio Pacu Cuá: “Niño Héroe Alder Richar Miño Valdez”. Un homenaje a su corta pero intensa existencia.
Incluso después de su muerte, Alder parecía seguir acompañando a quienes lo conocieron. Amigos, sacerdotes y compañeros relataron sueños y señales en los que el pequeño aparecía vestido de ángel, transmitiendo paz y fortaleza.
Su madre, doña Herminia, nunca olvidará aquella frase que Alder solía repetir:
—“Quiero ayudar a los niños pobres, que los niños ayuden a otros niños”.
Ese fue el lema de la Infancia Misionera y también el legado de su vida.
Hoy, a más de dos décadas de su partida, Alder Richar Miño Valdez sigue vivo en la memoria de Encarnación. No fue un niño cualquiera. Fue un niño que supo dar la mayor prueba de amor: entregar la vida por salvar a otro.
Su hermano Hernán, mencionó que es un anhelo devolver el nicho al lugar donde estaba para rememorar siempre su historia, ya que se había retirado del lugar por la afectación de la Entidad Binacional Yacyretá.
Este medio no se hace responsable ni partícipe de las opiniones vertidas por los usuarios de esta sección. Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Itapúa en Noticias se reserva el derecho de eliminar aquellos comentarios injuriantes, discriminadores o contrarios a las leyes de la República del Paraguay