Se puede decir más alto, pero no más claro. Jair Bolsonaro es el máximo responsable de la pésima gestión de Brasil frente a la pandemia.
El histriónico dirigente parece indiferente a la magnitud de la crisis que sacude a su gigantesco país, donde ya han perecido 100.000 personas a consecuencia del coronavirus, lo que sitúa a Brasil como la segunda nación del mundo con más víctimas mortales, superada sólo por Estados Unidos.
También ocupa el segundo lugar mundial en la nefasta clasificación de número de infectados por el COVID-19: nada menos que tres millones. De cada siete muertos que se dan en todo el planeta, uno es brasileño. Y la horrorosa media diaria de 1.000 fallecimientos se repite desde hace dos meses, lo que hace que se esté volviendo normal.
Ante este funesto y desolador panorama, Folha, el diario más influyente de Sao Paulo y probablemente de todo el país, ha publicado un editorial corto, pero demoledor y extremadamente crítico. Los autores del artículo no tienen pelos en la lengua y llaman a las cosas por su nombre.
«El mayor responsable de esta tragedia se llama Jair Bolsonaro. En vez de liderar una acción nacional, negó la gravedad de la emergencia de salud pública y promovió aglomeraciones y falsas terapias, como la cloroquina, y cosechó ocho casos de ministros infectados [otro probable récord mundial], además del suyo propio y el de la primera dama», escribía el rotativo paulista.El destino de Brasil ni siquiera es contar con un presidente y con un ministro de Sanidad eficaces en este momento de luto», añadían los editorialistas con tono resignado.
Las hemerotecas digitales son contundentes para recuperar declaraciones, y con personajes como Bolsonaro, tocado por la incontinencia verbal, resultan implacables. En un vídeo para sus redes sociales difundido hace cuatro meses, el presidente comparó el COVID-19 con la gripe A de 2019. «El número de personas que murieron de H1N1 el año pasado fue del orden de 800 personas [en Brasil]. La previsión es no llegar a esa cantidad de óbitos en lo tocante al coronavirus», declaró entonces.
A finales de abril, cuando el número fatídico se había disparado, superando los 5.000, tuvo la desfachatez de responder así: «¿Qué quieren que haga? Soy Mesías, pero no hago milagros». El segundo nombre de pila de Bolsonaro es Mesías. ¡Vaya ocurrencia! Y lo último que hizo en su camino hacia la insensatez y la incapacidad fue arremeter contra el confinamiento diciendo que mata como el propio virus. ¿No sería mejor que se callara?
Como subrayó el expresidente Lula da Silva, esa mortalidad tan fuerte se explica porque la enfermedad «fue despreciada por quienes deberían cuidar del pueblo» en un ejercicio cruel de «arrogancia y prepotencia». Según Lula, Bolsonaro ha llegado a desafiar a la ciencia e incluso a la muerte, y «llevará en el alma la responsabilidad por millares de víctimas».
En honor a la verdad, también ha tenido una buena parte de culpa la evidente descoordinación entre los 26 estados que conforman la federación brasileña. Algunos gobernadores siguieron las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y decretaron fuertes medidas de cuarentena ciudadana. Sin embargo, otros se alinearon con la despreocupación de Bolsonaro y no fomentaron el uso de las mascarillas ni la obligatoriedad del distanciamiento social.
Esa profunda contradicción intraterritorial contribuyó a la expansión comunitaria de la enfermedad. Y ahora vemos horrorizados las consecuencias: cientos de fosas excavadas en el cementerio de Vila Formosa, uno de los 96 distritos de Sao Paulo.
Otro problema obvio ha sido la falta crónica de dinero, aunque ahora se han desbloqueado decenas de miles de millones de reales en ayudas de emergencia, fondos que no estaban vinculados a las políticas de prevención pero que, desgraciadamente, han llegado demasiado tarde para muchas personas.
La desigualdad pasa la cuenta
Además, poco ayuda que Brasil sea un país con unas enormes desigualdades regionales y sociales, una escasa distribución de la renta per cápita, unos altos niveles de desempleo, una economía en declive y una sanidad pública muy debilitada.
Algunos, continuaba diciendo Folha en su comentario editorial, «celebran la supuesta llegada de una inmunidad colectiva como reclamo para volver a ocupar bares, restaurantes, gimnasios, y centros comerciales, pero no escuelas, paradójicamente. Los epidemiólogos, si embargo, descartan que se haya llegado a esa situación».
Otro aspecto remarcable es que la «pésima actuación del poder público» en la lucha contra la pandemia resulta todavía más irritante pues era evitable. De poco o nada han servido las duras experiencias acumuladas en Italia u otros puntos europeos. No se aprendieron las lecciones del exterior.
Lo terrible de esta tendencia es que podría haber incluso un «efecto bumerán», es decir, un nuevo pico en aquellas regiones aparentemente estabilizadas como las ciudades de Manaos, Fortaleza o Río de Janeiro. Eso es lo que opinan tres expertos nacionales consultados por UOL, la mayor empresa brasileña de contenido, servicios digitales y tecnología con varios canales de periodismo.
Miguel Nicolelis, coordinador voluntario del Comité Científico de Combate al Coronavirus del Consorcio Nordeste; Paulo Lotufo, epidemiólogo de la Universidad de Sao Paulo (USP); y Domingos Alves, profesor de la Facultad de Medicina de la USP, consideran que «las capitales que han presentado en los medios de comunicación que tienen todo bajo control están aumentando su flexibilidad. Así que volverán a vivir lo mismo [aumento de casos] en las próximas semanas».
El trío de especialistas coincide en explicar que las autoridades de Brasilia no han hecho todo lo que estaba en su mano para reducir la infección y sus zarpazos letales. También recalcan que la desorganización del Gobierno federal, casi tres meses sin ministro de Sanidad, y el interés de Bolsonaro en proponer soluciones sin comprobación científica, y en minimizar el coste humano de la pandemia contribuirán directamente a aumentar el número de muertos. Fuente: IP
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