Juan Bautista Moreira, nacido en Paraguay hace 58 años y residente en Argentina desde 1972, está sentado en el buffet de la sede del Club Deportivo Paraguayo en Constitución. Frente a él hay una taza de mate cocido que humea y lo que queda de una chipa. Habla, pero más bien parece que recuerda en voz alta: «Mi mamá era una campesina mitad paraguaya, mitad brasileña que en Argentina limpió y lavó siempre en casa de otros, igual que en mi casa. Mi papá, que ya falleció, toda la vida fue albañil. Y yo acá me convertí en la primera generación en recibirse en una universidad: soy licenciado en educación. Y mi hermano, docente».
Moreira es uno de los más de medio millón de paraguayos que habitan en la Argentina. Y su historia es ejemplo vivo de lo que caracteriza a los migrantes de ese país que llegaron y llegan a nuestras tierras: la potencia de trabajo -puesta muchas veces en la construcción y el servicio doméstico- para dejarles un mejor futuro a las nuevas generaciones.
«Hace 23 años que vine de Paraguay. Aprendí electricidad, y ahora hago eso y también trabajos de albañil. Arranco desde mi casa en Soldati a las 6 y media de la mañana y después, como electricista particular, me llaman clientes hasta las 12 de la noche. Trabajo para vivir bien, y para mandar a mis hijos a la escuela privada», cuenta Ulises Pinto, oriundo del Barrio Obrero de Asunción y fanático de Cerro Porteño, mientras come un sándwich en una pausa de su trabajo de remodelación de un restaurante de Almagro.
Salomón Ramírez Santacruz, presidente del Club Deportivo Paraguayo, caja de resonancia de la comunidad guaraní en Argentina, expresa: «Todos los paraguayos tenemos el denominador común de venir a buscar oportunidad en la Argntina. Todos vienen descalzos y acá empiezan a calzarse. Siempre el objetivo es salir adelante y lograr el bienestar de los hijos».
Según el último censo de población de 2010, hay 550.713 paraguayos que viven en Argentina. 75% de ellos lo hacen en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. De acuerdo a datos de la Dirección Nacional de Migraciones, entre 2011 y 2017 se radicaron en el país, entre permanentes y temporarios, unas 590.000 personas provenientes de Paraguay. Con cualquiera de estos dos números -que por cuestiones estadísticas no necesariamente deben sumarse-, los paraguayos constituyen la colectividad extranjera más numerosa de nuestro país. Seguida por la de Bolivia y, más atrás, la colectividad peruana.
Existe la creencia de que los trabajadores llegados aquí desde la tierra de Augusto Roa Bastos y del tereré se desempeñan en trabajos de construcción, en el caso de los hombres, y de servicio doméstico, las mujeres. Esta vez, los números acompañan a la creencia. Sebastián Bruno, del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, explica: «Analizando el último censo, el 27,4% de los varones paraguayos ocupados están en la construcción, mientras que el 40% de las mujeres que trabajan, lo hacen en el servicio doméstico. Y es muy probable que si se recorta al área metropolitana, esos porcentajes suban. Sucede que para el migrante recién llegado es más fácil acceder a estos trabajos, ya que existe una red de contactos que facilita las inserciones».
En otras palabras, uno de cada cuatro paraguayos trabaja en una obra en construcción, mientras que cuatro de cada diez mujeres lo hacen en trabajos domésticos en casas de familia. Eso hicieron durante décadas Lidio Ayala, de 70 años, y su mujer, Teodora Ortigoza, de 65. Ella llegó al país en 1967, cuando tenía 15, contratada por un matrimonio porteño para que hiciera las tareas de la casa. «Cuando llegué al país, no sabía leer -cuenta Teodora-, pero mi mamá me dejó venir para acá porque sabía que iba a estar mejor».
Ayala llegó a Buenos Aires en 1970 con el Gran Capitán , el tren que venia de Posadas. Trabajó de obrero metalúrgico y luego, cuando con su mujer se mudaron a La Plata, se convirtió en albañil. «Por mucho tiempo trabajé hasta domingos y feriados. Queríamos hacer la casa, así que trabajaba siempre», cuenta.
Hoy, la pareja tiene tres hijos, todos con trabajo y buenas perspectivas, y nueve nietos. La casa, que terminaron de construir con esfuerzo, fue devorada por la inundación que asoló La Plata en 2013. «Fue terrible, pero con la ayuda de la familia nos levantamos de a poquito, aunque todavía falta», concluye Ayala.
En tiempos de inmigrantes puestos bajo la lupa, Ramírez Santacruz apela a los puntos en de contacto entre argentinos y paraguayos: «Si bien hoy mis paisanos aquí diversificaron sus trabajos y oficios, tenemos que pensar que las grandes obras de Buenos Aires y alrededores están hechas en su mayoría por brazos paraguayos. Y por otra parte ¿Sabés la cantidad de personas y personalidades de este país fueron criadas por paraguayas?».
Lorenza Candía Ojeda, que llegó desde Ciudad del Este a Buenos Aires en 1991, con 30 años cumplidos, cuenta: «Durante cuatro o cinco años cuidé de tres hermanos en una casa de San Fernando. Hoy ellos son mis hijos del corazón, todavía cuando puedo los voy a visitar, sigo en contacto con ellos».
Candia Ojeda vive en Gregorio de La Ferrere, una de las localidades del conurbano con mayor presencia de paraguayos. Su marido, también de Paraguay, es chapista. Tienen una hijia a punta de recibirse de enfermera y un hijo terminando el bachillerato, ambos nacidos en Argentina. «Estoy muy agradecida a este país. Acá pudimos progresar y toda la gente que conocí es maravillosa».
No opina lo mismo Francisco Medina, zapatero de 34 años, pero que trabaja en la construcción. Dice que extraña su Paraguay natal y a su papá, que está allá, y se queja, tereré en mano: «Acá hay mucha buena gente, seguro, pero también están los otros, que te gritan ‘paraguayo muerto de hambre!’. Eso no me gusta».
En esa línea, y hablando de la coyuntura actual, Ramírez Santacruz dice: «Me preocupa cuando hay una bajada de línea desde arriba de que los paraguayos son delincuentes, narcos, y todo eso. Creo que eso llega a la sociedad y produce una estigmatización de los compatriotas muy negativa».
Lejos de su tierra, tratando de transmitir a sus hijos el idioma guaraní y la rica cultura de su patria, la comunidad paraguaya afincada en Buenos Aires y alrededores digiere estos sinsabores mientras trabaja fuerte para poner los ladrillos de un futuro mejor.
Aunque la nostalgia perdura. «Hace 50 años que estoy acá y Argentina me dio todo, pero todavía extraño mi país -dice Teodora Ortigoza-. A veces, cuando estoy con ganas de volver, pongo un CD de polkas en la habitación y empiezo a bailar sola para ahuyentar las penas».// LA NACIÓN
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