Rubén nació en Encarnación en el año 2004, por cesárea. Aparentemente era un niño normal. Desde el primer día lloraba mucho. Cuando salió del hospital, seguían los llantos, no dormía nada y transpiraba mucho. Era el primer hijo de Liliana y todos le decían que era algo normal. Pero pasaban los días y los meses y seguía así. Ahí arrancó una tortuosa vida de hospitales.
Esta mañana confirmaron que Rubén Darío Ávalos Sánchez, un pequeño niño con una extraña enfermedad (1 de cada 200.000 mil niños), que tuvo que emigrar de nuestra ciudad Encarnación, a Sevilla – España, buscando un tratamiento que nuestro país no lo pudo dar, falleció en la madre patria.
Conmovió a esa ciudad del «viejo mundo» con sus programas de radio y su literatura, siempre con mensajes de superación y esperanza. Antes de morir Rubencito ya había escrito 3 libros y una infinidad de cuentos y narraciones que permanecerán vivos eternamente.
Rubén Darío superaba puntos y comas. Nadie lo detenía. Corría raudo sorteando adjetivos y adverbios. De vez en cuando descansaba en algún punto y seguido y tomaba fuerzas para emprender de nuevo el vuelo con el que otear desde las alturas inmensos párrafos repletos de letras que campan ordenadas. Brincaba de página en página apurando renglones. Rubén era el sujeto de un complejo predicado. Tenía 12 años y padecía histiocitosis de células de Langerhans, una enfermedad rara que le genera multitud de tumores y le impedía hacer vida normal. Pero él corría, brincaba y volaba horas y horas sumergido en sus libros, la mejor de las medicinas.
Sonaba el despertador, pero Rubén, un niño de doce años, llevaba horas despierto. Apenas dormía. Con suerte llegaba a los cuarenta y pocos minutos de sueño, otras veces ni eso. Nada más salir de la cama retomaba su tratamiento de quimioterapia en píldoras. Algo que repite varias veces al día. Entretanto se cambiaba de ropa. Sudaba mucho debido a la fiebre, lo que le obligaba a mudarse hasta doce veces en una jornada. Y desayunaba unas galletitas por sus problemas de estómago. Y entonces lee. O escribe. Y todo mejora.
Rubén Darío Ávalos Flores no era un niño normal. Aprendió a leer a los dos años. Nadie le enseñó. Solo oía una y otra vez las palabras que leía su madre, Liliana. Nunca le interesaron los juguetes. “Tenía un deseo muy fuerte por poder leer”, contó. “Y así poder hacerlo cuando yo quisiera, a la hora que me viniera en gana”, puntualizó. Así comenzó su recorrido por los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen o Charles Perrault. Y de ahí, a la filosofía, leyendo a Platón, Aristóteles, Sócrates, Buda, Confucio… luego inmerso en el boom latinoamericano. Citó sus preferidos. Cien años de soledad, de García Márquez; Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos; La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa; Ficciones, de Jorge Luis Borges; o Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato.
“Dependiendo de lo que me guste puedo llegar a leer dos libros en un día. Y si no me apasiona, una semana. Con independencia del número de páginas. No importa. Llegué a leerme las tres novelas de El señor de los anillos en cinco días”, detalló a en una entrevista a un diario español.
Así sobrellevó la histiocitosis de células de Langerhans, una disfunción del sistema inmunológico que genera en el cuerpo de Rubén multitud de tumores. Más de 250 le han sido detectados. En su caso tenía afectados los huesos y algunos órganos. La enfermedad se ha vuelto crónica y debió mantener el tratamiento de quimioterapia de por vida. “Tiene desconcertados a los médicos, porque aguanta mucho”, detalló su madre, Liliana Flores, una encarnacena que movió cielo y tierra hasta dar con el diagnóstico de su hijo.
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