EL ÚLTIMO GUARDIÁN DE LOS NIÑOS MÁRTIRES DE ACOSTA ÑU




Un cementerio de niños, una fosa común. El 16 de agosto de 1869 es posi­blemente el día más triste de toda la historia paraguaya. De toda nuestra historia conocida, a lo largo y ancho. Aquella tarde el Ejército Imperial del Brasil dio muestras de todo el desprecio que podía permitirse por la dignidad humana y las leyes de los hombres. Y Kurusu Dolores permanece allí, inalterable, como recuerdo constante de la barbarie y guardián de los restos. 

 

La Triple Alianza come­tió en suelo paraguayo los mayores crímenes que la historia militar ameri­cana tiene registrados.

La documentación y testimo­nios existentes son limitados, pero indesmentibles. Y los ves­tigios del horror aún están pre­sentes en la memoria del pue­blo… y sobre la tierra.

KURUSU DOLORES

Entre los caminos vecinales de la compañía Costa Ybaté de Caraguatay (Cordillera), se hace notar un tétrico des­campado, custodiado por una lastimera cruz. Ese simbó­lico pedazo de madera resiste heroico, cual celoso guardián de las lágrimas que desdicha­das paraguayas derramaron hace más de 150 años.

Kurusu Dolores, como se lo conoce, es un auténtico cemen­terio de niños. Una fosa común que –según estimaciones– podría albergar decenas y/o centenares de osarios; tam­poco hay consenso sobre la cantidad real.

Cuentan los lugareños que las caraguatanas (mujeres de la zona y otras sobrevivientes de la masacre) escoltaron hasta allí las carretas cargadas con los cuerpos de los niños que pudieron rescatar de Acosta Ñu antes que los hombres al mando del Conde d’Eu arra­sen el sitio con fuego.

“Terminada la batalla, los bra­sileños habían quemado parte del pastizal y como la exten­sión del territorio que tenían que cubrir era muy grande, muchas mujeres pudieron salir del bosque y rescatar los cuerpos de algunos de los niños para que no se quemen al menos. Las caraguatanas fue­ron unas de las tantas mujeres piadosas que sacaron cadáve­res de niños. Y eso trascendió porque ahí cerca (de la fosa) hay una comunidad y quedó en la memoria popular. Siempre hubo una cruz allí”, explica el historiador Fabián Chamorro.

Chamorro afirma que, teniendo en cuenta las costumbres de la época, es probable que las muje­res hayan custodiado las carre­tas en una suerte de “velorio andante” hasta el sitio donde les dieron a los niños el descanso eterno. “Anduvieron rezando. Hasta que llegaron a ese lugar que, calculo, en aquel tiempo habrá sido alguna picada. Evi­dentemente estaba preparado para eso, por eso las señoras eli­gieron ese lugar. Y al ser de la localidad, también iban a poder cuidar del sitio y rezarles”.

“SE DESCUIDÓ EL LUGAR”

Ni monumentos, ni placas y mucho menos carteles. No hay una sola señal que hable del interés de las autoridades municipa­les y/o estatales en la importan­cia del sitio, solo aquella vieja cruz de madera. Kurusu Dolo­res resiste al paso del tiempo. “Ese lugar se descuidó, hace 20 o 30 años. Hubo un tiempo en que las procesiones religiosas llegaban hasta allí, pero hay que recuperarlo, eso es categórico”, alegó Chamorro.

Existen iniciativas de los ges­tores culturales de la zona para la puesta en valor de Kurusu Dolores, pero no hay voluntad política. “No se le da prioridad. Hay proyectos, pero desde hace rato ya, pero es lo que pasa con muchos de nuestros sitios his­tóricos. Hay que seguir gol­peando (puertas) hasta que se cumpla”, afirmó.

LA BATALLA

El 16 de agosto de 1869, Gastón de Orleans, un aristócrata francés con víncu­los maritales con la Casa de los Braganza, marcó para siempre su huella en la Guerra Grande.

Días antes, el 13 de agosto, lo que quedaba del Ejército para­guayo levantó el campamento de Azcurra dividido en dos columnas. La primera, com­puesta por soldados y encabe­zada por el general Francisco Isidoro Resquín y el mariscal Francisco Solano López, se adelantó y dejó rezagada a la segunda, liderada por el general Bernardino Caballero, quien llevaba consigo un grupo de combatientes y toda la logís­tica (más heridos y enfermos y la mayoría de los civiles), lo que la hacía mucho más lenta.

“Ellos (la columna de Resquín y López) se van por Tobatí y cru­zan a Caraguatay. Después, los argentinos tomaron Tobatí, entonces Caballero busca otro camino, y ese camino era Díaz Cue. Entraron por Díaz Cue, que hoy es un distrito de Euse­bio Ayala, y ahí ya se encontra­ron con la realidad de que los brasileños ya estaban sobre ellos. A Caballero no le quedó de otra que prepararse para combatir”, explicó.

Y lo que siguió fue una carnice­ría. El Conde d’Eu, que en Piri­bebuy dio una muestra de todo el salvajismo que podía permi­tirle a su soldadesca, atacó de frente con más de 20.000 bra­sileños a un maltrecho rejunte de heridos, niños, mujeres, ancianos y unos pocos vetera­nos; no más de 6.000 efectivos. “A Caballero no le quedó otra que prepararse para combatir. Había tres arroyos (Ytú, Jukyry y Piribebuy) que corrían de manera paralela. Sobre estos había unos puentes y lo que hizo Caballero fue preparar en cada puente su defensa. Mien­tras en un puente se peleaba, él ya preparaba la otra defensa. Los paraguayos se defendían mientras retrocedían. El obje­tivo era que la mayor canti­dad de gente pudiera huir y se logró de alguna manera. Las­timosamente… el resultado fue desastroso”.

La batalla terminó al borde de la serranía de Itakyty. “Allí hay un afluente (Pirity), allí es donde fueron quemados los niños y donde está hoy el monumento a los niños mártires”.

FUEGO Y SANGRE

El periodista brasileño Julio José Chiavenato afirma en su libro “Genocidio americano” que el incendio del campo fue con la anuencia del Conde d’Eu para rematar a los heri­dos y a las desespe­radas mujeres que ingresaron al pastizal en busca de sus hijos, hermanos y maridos.

Para Chamorro, la versión de Chiavenato hay que tomarla con pinzas y se deben analizar otros escenarios. “No sabemos en realidad con qué intención fue (la quema). (Lo cierto es que) los brasileños se ensaña­ron mucho con la población civil en Cordillera. Ocurrió (masacre de civiles) en Valen­zuela, en Piribebuy… No sabe­mos, nadie tampoco te va dejar un testimonio de esa clase de actos, nadie va decir ‘sí, noso­tros queríamos matarle a la población civil’. Podemos con­tar los hechos, pero es difícil (tener certeza de las intencio­nes). La quema fue antes de ter­minar la batalla, cierto, y las mujeres salieron mucho des­pués de eso, porque tuvieron que esperar que los brasileños se alejen”, comentó.

El horror no terminó allí por­que los brasileños “se quedaron tres días por la zona matando todo lo que había”.

CONCEPCIÓN DE LA NIÑEZ

La figura del general Bernar­dino Caballero es atacada desde hace décadas por propios y extraños a raíz de la inclusión de niños soldados en las filas del Ejército y por la muerte en masa de estos. Sin embargo, hay cuestiones que contextualizar para dar objetividad al debate y así intentar comprender –no justificar ni defender– las deci­siones tomadas por Caballero y sus subalternos.

Chamorro indicó que “en aque­lla época no estaba mal visto eso (niños enrolados)” y que tampoco existían las reglas de combate que hoy sí se manejan. “Había una ‘normalidad’ en cuanto a eso. Fijate que durante 30 años nadie se acordaba de Acosta Ñu, recién llegados los años 1900 cuando empieza el discurso nacionalista para­guayo y también cambian los conceptos con respecto a cómo era percibida la niñez y la infancia, a partir de allí es que se comienza a recordar (Acosta Ñu). ¿Por qué? Por­que justamente no era ‘raro’ que hubiera niños peleando. No era un escándalo que salía al otro día en los periódicos del mundo”.

INJUSTIFICABLE

Las atrocidades cometidas con­tra la población civil son injus­tificables. La historia atribuye la autoría intelectual de estas al Conde d’Eu, que llegó al Para­guay cuando el duque de Caxias entregó el comando del Ejército brasileño al emperador Pedro II para volver a Río de Janeiro tras las victorias en Abay e Itá Ybaté en diciembre de 1868.

El 20 de febrero de 1869, tras la toma y saqueo de Asunción, Pedro II nombró al Conde d’Eu, marido de Isabel de Bra­ganza, la princesa imperial, como nuevo comandante de su ejército.

El historiador Fabián Chamo­rro manifestó que, en la mayo­ría de las ocasiones, y como es recurrente con oficiales de su rango, el Conde d’Eu ni siquiera estaba en el campo de batalla y seguía el desarrollo del com­bate lejos de todo peligro. Sin embargo, recuerda que “el comandante es responsable por las acciones de sus tropas”.

Uno de los más despiadados subalternos del Conde d’Eu fue Vitorino José Carneiro Monteiro, quien dio la orden de quemar el Hospital de San­gre de Piribebuy. Se cuenta que mandó cerrar el edificio con los heridos y enfermos dentro, prendiéndoles fuego. Otras versiones dicen que no cerró ni puertas ni ventanas, sino que mantuvo a los des­dichados dentro de aquella hoguera a bayonetazo limpio, quemándolos vivos.

Por lo que sabemos e ignoramos, por los inocentes masacrados, por lo que lo que nunca más debe ocurrir; en el Paraguay no se festeja el Día del Niño, se conmemora. FUENTE DIARIO HOY 







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