El 19 de mayo de 2018, antes de las 9:00, Franz Rassl alcanzó la cima del monte Everest, la montaña más alta del mundo con sus 8848 msnm. Se convirtió así en el primer compatriota en hacer flamear la bandera paraguaya en el punto más alto del planeta.
Hijo de una paraguaya y un inmigrante alemán, Franz Pierre Rassl Ocampo (29) creció con las historias narradas por su padre, quien se crio en el sur de Alemania, cerca de los Alpes, sobre grandes montañistas de esa región. “Esos relatos despertaron mi curiosidad y espíritu aventurero. Particularmente, me identifico con la trayectoria de Reinhold Messner, un tirolés considerado por muchos como el mejor alpinista de todos los tiempos”, comenta Franz.
Pero, realmente, su pasión por el deporte del montañismo despertó cuando escaló por primera vez el cerro Tres Kandú, en abril de 2016. En la cima del Paraguay se propuso firmemente escalar el monte Everest, algo muy ambicioso entonces. Pero escalar la denominada “cima del mundo” fue su sueño de toda la vida, que se hizo realidad con mucho esfuerzo y sacrificio.
Esta aventura comenzó tras un largo proceso de entrenamiento y acondicionamiento físico. En febrero de 2017 hizo cumbre en el cerro Aconcagua (6960 msnm), el pico más alto de Sudamérica y el más alto fuera del sistema del Himalaya. “Nunca había estado a mayor altura que la de Cochabamba (2500 msnm). Fue mi primer contacto con una alta montaña y experimenté algunos de los síntomas de altura: dolor de cabeza, pulso rápido, dificultad para respirar y dormir, pérdida del apetito”, cuenta. A pesar de las dificultades, se aclimató correctamente, logró un buen desempeño y eso lo animó a aspirar a más.
El Everest del hombre pobre
Siguió su preparación en Ecuador, que tiene una amplia cultura en el montañismo por su concentración de altos volcanes. En diciembre de 2017 coronó los volcanes Cotopaxi (5897 msnm) y Chimborazo (6263 msnm), el más alto de Ecuador y, también, conocido como el “Everest del hombre pobre”, por ser el punto más alejado del centro de la Tierra y, por lo tanto, más cercano al Sol. “Para este desafío, me propuse escalar más rápido y en menor tiempo; algo conocido como estilo ‘alpino’, para probar mi adaptación a la altura en condiciones más extremas. La experiencia también me ayudó a mejorar mi técnica en los glaciares con los crampones, que son como una suela de metal con púas que permiten un mejor agarre en el hielo”, recuerda.
Luego de coronar el Aconcagua se dio cuenta de que el monte Everest era un proyecto que podía acometer y se entrenó durante todo un año. “Mi preparación física consistió básicamente en ejercicios cardiovasculares; específicamente, mucho trote. Entrenarse en nuestro país representa una gran dificultad en sí, porque se encuentra prácticamente al nivel del mar, entonces tuve que esforzarme al máximo”, explica.
Pero este nuevo desafío no solamente se limitaba a lo físico, sino también a lo económico, pues requirió un considerable presupuesto y, consciente de esto, estuvo dispuesto a hacer sacrificios para conseguir su sueño. “Familiares y amigos también me acompañaron en el proceso, y gracias a su ayuda pude, finalmente, emprender el largo viaje al Himalaya”, refiere.
Rumbo a la aventura final
El monte Everest es la montaña más alta del mundo, y es la frontera entre Nepal y el Tíbet en China. Según Franz, existen dos rutas habituales que conducen a la cima de la montaña: la vía sur y la norte. La vía sur parte de Nepal, atraviesa el famoso glaciar de Khumbu, y es la más transitada y congestionada por el excesivo número de permisos que el Gobierno nepalí emite anualmente. La cima fue alcanzada por primera vez por esta vía. La vía norte parte del Tíbet, en China, y entre sus mayores hitos están la pared de hielo del Collado Norte, con una pendiente extremadamente positiva, y los “tres escalones” que están en el último tramo, ya en la “zona de la muerte”. “Yo escogí escalar por la ruta norte, porque entre las dos es la menos congestionada y el costo del permiso es menor también”, detalla.
Esta aventura demanda una gran capacidad física y mental para afrontar los retos inherentes, como las temperaturas gélidas, de -35 °C en la cumbre, y la altura que conlleva la escasez de oxígeno. “Partí hacia Katmandú, la capital de Nepal, en Semana Santa, un poco antes que el resto de mis compañeros de expedición para comprar mis equipos. Una semana después conocí a mi líder de expedición, compañeros y sherpas”, evoca. Los sherpas son pobladores originarios de Nepal, quienes viven a grandes alturas y por eso están mejor adaptados para escalar montañas. Se encargan de asistir a los montañistas. “Mi sherpa se llamaba Dorji Sherpa, tiene 33 años y conmigo fue su novena cumbre en el Everest”, cuenta.
El grupo de Franz estaba compuesto por nueve integrantes de diferentes nacionalidades. Franz era el más joven y de un exótico país de Sudamérica. Sus compañeros se mostraron muy curiosos por saber más del Paraguay, lo ayudaron en todo momento con consejos y hasta le prestaron algunos equipos. De Katmandú se trasladaron al Tíbet, en China, y comenzaron a ganar altura. Llegaron al campamento base (5180 msnm) y ahí permanecieron una semana para aclimatar. El proceso de aclimatación consiste en hacer rotaciones. “En cada una ganamos más altura, para que el cuerpo se adapte y, luego, bajamos de vuelta a menor altura. El proceso se repite con mayor altura en la siguiente rotación. Mi expedición hizo tres rondas antes del ascenso final a la cumbre”, explica.
Después, marcharon casi 25 km hasta el campamento base avanzado (6500 msnm), en el que prosiguieron con el período de aclimatación. Este se encuentra en la falda de la montaña y es el último punto en el que existe cierta comodidad. A partir de aquí se comienza a escalar la montaña y se busca refugio en los campamentos de altura, que son tres. La última rotación consistió en escalar hasta el Campamento I (7010 msnm), que se encuentra en la cima del Collado Norte. “En este primer contacto con la montaña tuve un resbalón y caí 30 m. Por suerte estaba enganchado a la cuerda fija. Antes de que las expediciones comiencen a escalar, un grupo de sherpas avanza primero para colocar cuerdas fijas, que son segmentos de cuerdas ancladas al hielo o roca por estacas. También utilizamos una cuerda extra por seguridad, enganchada al arnés”, pormenoriza.
Cerca de la cima
La cima del Collado Norte fue lo más alto a lo que llegaron con el propósito de aclimatar. Después de pasar la noche bajo una fuerte nevasca, volvieron a bajar hasta el campamento base para descansar y recuperarse para el ataque final. “Cuando llegué a la cima del Collado Norte, me sentí muy feliz porque había subido más alto que el Aconcagua. Superé mi marca personal y me sentía muy bien física y mentalmente. Sentía que podía alcanzar la cima con un poco más de esfuerzo, aunque también era consciente de que lo más difícil estaba por venir”, revela.
El ascenso final tomó 10 días, desde el campamento base y de vuelta. Llegaron de nuevo hasta el Campamento I y comenzaron a utilizar oxígeno embotellado. A partir de esa altura el cuerpo ya no se adapta al entorno. Escalaron hasta el Campamento II (7775 msnm) sin mayores inconvenientes. El clima era el ideal para el ascenso. Pasaron la noche ahí y al día siguiente avanzaron hasta el Campamento III (8230 msnm), ya dentro de lo que se conoce como la “zona de la muerte”. Una estancia prolongada en esa zona puede significar la muerte. “Llegué cerca de las 15:00 y me propuse atacar la cumbre ese mismo día, a las 21:00. Descansé un poco. Mi apetito solo alcanzó para comer una barra de chocolate”, evoca.
De cara a la muerte
Franz salió con Dorji a las 21:00 y aún se podía ver cómo se ponía el sol. Avanzaron a buen ritmo a pesar de la fuerte nevasca que había. Luego de unas horas de avanzar y superar el “primer escalón” (de 8500 a 8540 msnm) se encontraron con el cuerpo de quien fue la primera y única víctima de la montaña esa temporada, en ese lado de la montaña. Era un sherpa indio que había sufrido una apoplejía. “La sangre se espesa tanto que parece gelatina. En ese momento, me di cuenta de dónde estaba y de los riesgos que corría”, reflexiona.
Llegó al “segundo escalón” (de 8580 al 8630 msnm) y cambió su bombona de oxígeno por una nueva como estaba planeado. La nevasca recrudeció, pero siguieron avanzando. Franz perdió la noción del tiempo, solo se concentraba en dar el siguiente paso. De pronto comenzó a asomarse el sol y pudo divisar cuánto le faltaba para la cumbre. Después de sortear el “tercer escalón” (de 8690 a 8800 msnm) pudo ver la cima. Avanzó una media hora más y ya había llegado a la cumbre. “Al llegar nos abrazamos con Dorji. Nos sacamos fotografías entre la muchedumbre. También nos encontramos con otros compañeros y nuestro líder. No nos escuchamos debido al fuerte viento y nos comunicábamos con señas”, recuerda.
Cuenta que es muy hermoso el mundo desde allá arriba. El cielo es claro y se puede ver la curvatura de la Tierra. “Realmente, me sentí realizado, pero también sabía que la cumbre solo era la mitad del camino, porque todavía quedaba el descenso. Luego de permanecer 10 min en la cima del mundo, le hice una seña a Dorji para que descendamos”, señala. Cuando llegaron al “segundo escalón”, su visión periférica comenzó a nublarse aun con las gafas puestas. Supo que estaba experimentando lo que se conoce como la “ceguera de la nieve”. Es una de las peores pesadillas de un montañista. “Tuve que pedirle a Dorji que avance adelante de mí para seguir sus pasos. Como mi líder permaneció más tiempo arriba, pudo alcanzarnos en el descenso y comenzó la carrera contra el tiempo para bajar lo más rápido posible. Luego de varias horas, pudimos llegar de vuelta al Campamento III, sanos y salvos, en el que pasamos la noche”, revela y agrega que al día siguiente ya había recuperado la visión completamente.
¿Y ahora?
Luego de volver a Katmandú, permaneció unas semanas más en la región para aprender un poco de la cultura nepalí e india. “Me gustaría volver al Tíbet en el futuro. Es una región que tiene un encanto singular, y me siento atraído por sus paisajes, su gente y su cultura”, revela. ¿El siguiente proyecto? “Quisiera escalar 5000 m en solitario, pero aún no me decidí por una montaña en particular. Hay tantas y todas son muy bellas. Trato de combinar la experiencia cultural de visitar un país y la escalada en sí. Siempre que me planteo un nuevo desafío recuerdo las palabras de Sir Hillary: ‘No conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos’, lo cual es tan cierto en todos los ámbitos de la vida”. Realmente es así. Conquistarnos a nosotros mismos es el mayor desafío de nuestras vidas.
Identikit
Franz Pierre Rassl Ocampo tiene 29 años y es de Asunción. Licenciado en Economía por la Universidad Católica, fue el mejor egresado de su promoción. Diplomático, tiene el rango de tercer secretario en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Becario de Desarme de las Naciones Unidas. Ingresó al Escalafón del Servicio Diplomático y Consular del Paraguay en el VI Concurso Nacional de Oposición y Méritos del 2013. Pasó por un riguroso proceso de examinación del que también formaron parte más de 400 candidatos de todo el país.
De espíritu aventurero, fue el segundo paraguayo que alcanzó la cima del cerro Aconcagua, el pico más alto de Sudamérica. En mayo de 2018 se convirtió en el primer paraguayo en llegar a la cima del mundo: el monte Everest (8848 msnm).ABC COLOR
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