21 AÑOS DE LA TRAGEDIA DEL YCUÁ BOLAÑOS


Asunción, 1 de agosto de 2004. El sol brillaba y la tradición del carrulim marcaba el inicio de un nuevo mes. La jornada dominical se presentaba tranquila, a pesar de la creciente preocupación por los casos de influenza A (H1N1) que saturaban hospitales y colapsaban las unidades de terapia intensiva.

En el barrio Trinidad, el psicólogo Gustavo Sosa y cientos de familias aprovechaban la mañana para realizar las compras del almuerzo en el Supermercado Ycuá Bolaños Botánico, un lugar que se llenaba cada domingo. Sin embargo, a las 11:20, el día se transformó en pesadilla.

Una explosión estremeció el lugar, seguida de un incendio voraz. Las puertas se cerraron, impidiendo la salida de clientes y empleados. Sobrevivientes relataron que la orden era no dejar salir a nadie sin pagar. El fuego se expandió rápidamente, atrapando a las personas en un verdadero infierno.

El humo negro cubrió el cielo de Trinidad y las sirenas de bomberos, ambulancias y patrulleras llenaron la ciudad. La tragedia dejó alrededor de 400 muertos y decenas de heridos, convirtiéndose en uno de los episodios más luctuosos en tiempos de paz en Paraguay. Cada cuadra del barrio tenía una familia afectada; en muchos hogares, las pantallas de televisión quedaron encendidas, esperando en vano el regreso de seres queridos.

Para los bomberos voluntarios, como Roberto Ríos, la escena fue dantesca. “Nunca había visto tantos cadáveres juntos. Era imposible saber por dónde empezar”, recordó. Algunos sobrevivientes lograron refugiarse en congeladores y baños, de donde fueron rescatados horas después.

Los hospitales, ya saturados por la influenza, colapsaron ante la avalancha de heridos. El Sanatorio Santa Bárbara, el IPS, el Hospital de Clínicas y otros centros asistenciales quedaron rápidamente desbordados. La enfermera Sabrina Vera relató la impotencia de asistir a personas con quemaduras internas y externas, mientras las listas de internados y fallecidos se actualizaban cada hora, con familiares angustiados recorriendo hospitales en busca de noticias.

Cuando los hospitales no dieron abasto, los sanatorios privados abrieron sus puertas y locales como el Tropi Club y la Caballería fueron improvisados como morgues ante la magnitud de la tragedia. La identificación de cadáveres fue una tarea desgarradora, muchas veces reducida a reconocer prendas o zapatos calcinados.

El psicólogo Gustavo Sosa, testigo y víctima indirecta, expresó con dolor: “Esto cambió para siempre la sonrisa del trinidense. Ya nada es igual”. La catástrofe dejó familias desmembradas, huérfanos y heridas imposibles de sanar.

El incendio del Ycuá Bolaños quedó grabado en la memoria colectiva como una tragedia provocada por la avaricia y la negligencia, una herida que aún hoy exige justicia y memoria para que nunca más se repita.









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