HOY «CHINATI» CUMPLIRÍA 93 AÑOS. ESTA ES SU HISTORIA

Un 20 de noviembre de 1924, nació en Roque Sáenz Peña, Chaco Argentino Delfina Odriozzola Bordón (CHINATI)
Era la joven admirada y respetada en el barrio Hospital. Dedicaba sus horas al estudio, sin claudicaciones.

Era una muchacha más entre aquellas muchas que soñaban con ese mañana mejor.
Pasaba sus días entre el afán de ser mejor y aquellos hermosos sueños de amor que se tejen con los finos hilos de la ilusión. Al píe de su reja también se escucharon hermosas serenatas perladas de rocío e irisadas con luz de luna y rayos de luceros.
La madre de Chinati tenía una fábrica de dulce de maní, en ese tiempo vivían en Lomas Valentinas y Gral. Cabañas. Tiene muchos familiares en Encarnación.
Alguna versión popular de quienes la conocieron, dicen que nunca fue maestra-o por lo menos no llegó a recibir ese título- sin embargo amaba la docencia y habiendo llegado al cuarto o quinto curso de la entonces Escuela Normal de Encarnación, ya practicaba enseñando a los niños.
Más adelante Chinati interrumpió sus estudios y se marchó a la Argentina, donde se casó y tuvo hijo que se llamó Juancito. El nombre de su marido sería Francisco Mónico, presumiblemente uruguayo, de profesión mecánico, quien la visitaba.
Quienes conversaron con él, cuentan que Francisco y Chinati habrían vivido muy bien en Buenos Aires, pero ella siempre quiso volver a Encarnación.
Su hijo Juancito, era conocido por muchos compueblanos, ya que realizó sus estudios en el CREE, aunque a duras penas pudo culminar el segundo curso.
Muchos recuerdan también que Chinati vivía al lado de la escuela Alemana y que en ese lugar vendía ropas usadas y que era muy buena comerciante. Su hijo comenzó a acompañarla por las calles, y de a poco también al igual que su madre fue perdiendo la razón.
Lo trataron en la ciudad de Posadas y dicen que mejoró bastante, para volver a decaer. Un día lo llevaron a Asunción. Juancito no soportó ese ambiente y decidió suicidarse arrojándose del segundo piso de la institución.
Por mucho tiempo las calles Curupayty, Independencia Nacional, Monseñor Wiesen entre otras, conocieron de su diaria presencia. Juan Paniagua, vecino del lugar la instaló en una piecita para que tenga un lugar donde dormir. Doña Marciana de Ríos la alimentó y le prestó ayuda. Las veces que necesitaba ayuda médica estaban el Dr. Lázaro Damús y señora. Formó parte del paisaje de Yaguá Saingó.
Esquizofrenia, es el diagnostico médico que explicaba las actitudes que asumía, la forma que eligió vivir. Libertad, es mi propio calificativo – escribió Zunilda para la revista Perfil Regional, edición especial de Navidad 2001, página 18 – Porque hizo siempre exactamente lo que quería. No aceptó vivir dentro de una casa, por más que se le rogó. No quería dormir en una cama sino en un sillón que arrastraba con ella, no permitía que la medicara ni la asistiera otro médico que no sea el Dr. Lázaro Damús, cuya residencia era una de sus paradas habituales.
Chinati es y fue tan símbolo de Encarnación como el Carumbé, los carnavales, el básquetbol, el muelle viejo, Aguicho, Bruno, la Plaza de Armas y la Banda Santa Rosa.
Dice la periodista Zunilda Báez Arzamendia: “…Chinati no precisó morirse para ser un mito. Porque desde siempre, desde donde arrancan nuestros recuerdos, su imagen, su figura y las historias que se tejían en torno a ella, ya formaban parte del paisaje de la ciudad…”
Siempre la llamaron Chinati. Amó las cosas a su manera. Amó las calles de la ciudad que la vio crecer. Por eso las recorrió con infinito cariño día y noche. Con sol ardiente o pisando escarchas. Su noche encuentra pausa en algún zaguán, en una escalera. Y cuando retornaba el sol, que parecía devolverle las energías para seguir andando y andando, sin herir a quienes no la herían.
En principio tenían los ojos fijos en la distancia. Después avanzó agachada, como si buscara en la tierra, lo que no pudo encontrar en el horizonte perdido de sus ansias. Y así transcurrieron hasta el final de sus días, entre la compasión y la indiferencia.
En el último tramo de su existencia, tuvieron que llevarla casi a rastras al Hospital Regional “No quiero, allí me van a matar, dijo Y allí murió, a las 20:30hs. del miércoles 19 de diciembre de 2001, porque su estado físico ya estaba muy deteriorado y porque la falta de alimentación adecuada no ayudó mucho para su recuperación.
Una fría mañana del último invierno me la encontré, sentada frente al almacén de doña Marciana, allí en su querido barrio (*) Yagua Saingó. Y junto a Roque Trombeta, mi compañero de trabajo entonces, pude realizar con ella una de las mejores entrevistas televisivas mejor lograda de mi carrera periodística.
Accedió hablar conmigo previo pago de un cachet de 10.000 Gs. y a toda costa quiso que comparta con ella su desayuno un vasito de crema de chocolate. Especial como era, me dijo solamente lo que quiso decir. “El resto está escrito en mi cuaderno” puntualizó.
Hoy Chinati ya no está físicamente entre nosotros y una duda me asalta: ¿le habrán dado alcance los que tanto la perseguían?.

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En mi mente, comienza a moldearse la escultura que en algún lugar de la ciudad tendrá que perpetuar su recuerdo, porque así se hará justicia.
Observación: (*) La palabra Yaguá Saingó traducido literalmente al castellano significa perro colgado, nombre con el que se conoce a un sector de Encarnación.
Endiablada y fatal serenata, elixir del dolor que Chinati bebió.
Trovador de los diablos será el que vino a cantar, le robó la razón.
Cuentan que era una dama más hermosa que una rosa, que pasaba
su vida trabajando y estudiando. Y en un cambio de luna le llegó la
serenata del cantor solitario dueño de toda maldad.
La carcajada del diablo dicen que la enloqueció, y al socavón salamanca
la llevó para su amor. Pero la bella Chinati no quería ese amor, y hoy va
su almita pequeña en la cumbre del dolor.
Encorvada deambula Chinati por las calles solas de su Encarnación.
Y dialoga y pelea con alguien, quizás con el diablo, quien fue su cantor.
Cuentan que tuvo un hijo que se murió de tristeza al saber que su madre
no volvería de la locura nunca, nunca jamás. Y ella, sin darse cuenta, siempre,
siempre le cantaba al pequeño. Aquel, aquel que murió peleando con Él,
quien a ella la enloqueció. Lleva una escoba en la mano, encorvada y
silenciosa, y es la figura de un cuervo que subió desde el averno.
No puede alzar la mirada a implorar ni por su alma pues le dijeron que
abajo era el reino de Dios. Deja Señor que tu luz la rescate del mal.
CHINATI, Chinati, Chinati…..

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Fuente; libro 22 de Septiembre FBC, un siglo en la historia, del profesor Julio Sotelo – Del Muro del Concejal Andrés Morel.



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